Yakarta (ANTARA) – Ontológicamente, los desastres no pueden entenderse únicamente como eventos naturales. Es un encuentro entre las leyes naturales y la vulnerabilidad humana.
La naturaleza funciona de manera impersonal, sujeta a su propia causalidad. Son los humanos, a través de decisiones políticas, gobernanza y capacidad institucional, quienes determinan si un evento se convierte en una tragedia prolongada o en una lección colectiva.
La filosofía moderna, desde Immanuel Kant hasta Hannah Arendt, sitúa a los humanos como sujetos racionales responsables de las consecuencias de sus acciones en la esfera pública.
En la antigua sabiduría se dice que «la tierra no se hereda de los antepasados, sino que se toma prestada de los hijos y nietos».
En esta línea, los líderes japoneses después del gran desastre enfatizaron que los humanos no pueden impedir la naturaleza, pero el Estado es responsable de cómo se protege a sus ciudadanos.
En este punto, los desastres deben leerse no sólo como una prueba de valentía política, sino como una prueba de la racionalidad de la política estatal.
Estado de desastre
El debate público sobre por qué el gobierno no declaró el desastre en la isla de Sumatra como desastre nacional a menudo se enmarca en un tono emocional, como si el Estado estuviera ausente o los líderes dudaran a la hora de tomar una decisión.
De hecho, es necesario llevar este discurso a un nivel más claro: ¿qué significa «desastre nacional» en la gobernanza moderna y cuáles son sus implicaciones para la política estatal, la economía y los asuntos fiscales? Sin esta comprensión, la crítica corre el riesgo de convertirse en una simplificación que en realidad cierre el espacio para una política racional.
La Ley Número 24 de 2007 sobre Gestión de Desastres no menciona explícitamente la frase «estado de desastre nacional». Sin embargo, el párrafo (2) del artículo 7 confirma que el gobierno central tiene la autoridad para determinar el estado y el nivel de los desastres nacionales y regionales.
Esto significa que determinar el estado de desastre nacional es autoridad del Presidente basándose en consideraciones de impacto y capacidad de manejo.
Normativamente, los desastres se clasifican en naturales, no naturales y sociales. Sin embargo, determinar el estatus nacional o regional no depende del tipo de desastre, sino más bien de la escala del impacto y la capacidad de los gobiernos locales para manejarlo.
Desde el punto de vista normativo y operativo, un desastre nacional puede entenderse como un evento que tiene un impacto amplio y excede la capacidad fiscal e institucional regional, por lo que requiere la plena participación del gobierno central.
En la práctica política, la determinación del estatus nacional considera, entre otras cosas, el número de muertes, los daños físicos y ambientales, los impactos socioeconómicos, el tamaño del área afectada, la capacidad regional y la necesidad de coordinación interministerial (PP No. 21/2008).
Las consecuencias son importantes: el gobierno central es el principal responsable, la APBN se puede utilizar de forma más amplia y flexible, la autoridad se desplaza de las regiones al centro y el BNPB desempeña un papel como sector líder nacional.
Estado de desastre nacional y riesgos fiscales
Desde la perspectiva de la economía política del desastre, determinar el estatus de desastre nacional no es sólo una expresión de empatía estatal.
Fue una decisión política de alto nivel con implicaciones estructurales. JM Albala-Bertrand en La economía política de los grandes desastres naturales (1993) enfatizan que los desastres son eventos político-económicos, porque las respuestas estatales reflejan cómo se distribuyen el poder, los recursos y las responsabilidades dentro del sistema de gobierno.
Desde una perspectiva de gobernanza, el estatus nacional crea precedentes políticos y cambia las relaciones centro-regionales. dentro del marco Teoría del federalismo fiscal (Oates, 1972), la escalada de autoridad hacia el centro indica que la capacidad regional ya no se considera adecuada para gestionar crisis de gran escala.
Por lo tanto, el estatus nacional también funciona como una evaluación implícita de la calidad de la gobernanza local, como se analiza ampliamente en la literatura multinivel. gobernancia Y gestión descentralizada de desastres.
En otras palabras, el estatus nacional no se trata sólo de quién ayuda, sino también de quién se considera capaz.
Desde una perspectiva económica, el estatus de «desastre nacional» actúa como una señal política para el mercado. Teoría de la señalización en economía institucional (Spence, 1973; North, 1990) explica que el lenguaje formal y los símbolos del Estado moldean las expectativas de los actores económicos.
En el contexto de los desastres, el estatus nacional influye en las percepciones regionales de riesgo, las respuestas del sector de seguros y las decisiones de inversión y la sostenibilidad de los proyectos. En una economía global sensible a la información, los términos políticos no son sólo retórica, sino mensajes que el mercado toma en serio.
Sin embargo, la dimensión más determinante, y que muchas veces escapa al debate público, es la dimensión fiscal. La determinación del estado de desastre nacional coloca a la APBN como portador final del riesgo fiscalabriendo espacio para grandes gastos de emergencia, reasignaciones entre ministerios, así como una posible presión sobre el déficit.
literatura Gestión de riesgos fiscalescomo Brixi y Schick en Gobierno en riesgo (2002), así como el estudio del FMI de Cevik y Huang (2018), confirman que los desastres son pasivos contingentes Estado, es decir, obligaciones fiscales condicionales que no necesariamente se cumplen, pero que pueden convertirse en una carga real cuando el Estado toma ciertas decisiones.
En el marco de la gestión moderna del riesgo fiscal, se requiere que el Estado sea selectivo y racional. No todos los desastres importantes deben ser nacionalizados de inmediato, siempre y cuando puedan manejarse mediante mecanismos mensurables de apoyo del BNPB, APBD y APBN.
El Estado no está automáticamente obligado a asumir todas las pérdidas resultantes de un desastre. Esta obligación surge cuando la escala del impacto se expande y el Estado elige conscientemente escalar el estatus.
Por lo tanto, la determinación del estatus de Desastre Nacional es en realidad una decisión de activar pasivos contingentes convertirse en una obligación fiscal real. Decisiones que requieren cautela, no sólo valentía simbólica.
Racionalidad política
El debate sobre el estatus de desastre nacional pone a prueba en última instancia una cosa fundamental: ¿se juzga la política pública por etiquetas y símbolos, o por la racionalidad de las decisiones y la eficacia de las respuestas?
Interpretar la advertencia del presidente como “no atrevida” es una reducción analítica que ignora la complejidad de la gobernanza moderna de desastres.
En la literatura sobre políticas públicas, esta actitud se denomina más exactamente moderación política: frenar la escalada del estatus formal y al mismo tiempo maximizar la intervención estatal sustantiva.
El Estado todavía puede estar plenamente presente, mediante el despliegue del TNI-Polri, la logística nacional, la asistencia social y la reconstrucción, sin tener que elevar el estatus administrativo, lo que tiene impactos sistémicos.
En opinión del autor, «la valentía del liderazgo moderno no se mide por la velocidad de etiquetado, sino por la capacidad de sopesar los riesgos a corto y largo plazo de forma racional y basada en evidencia».
En el futuro, es necesario fortalecer dos agendas.
Primero, comunicar las políticas de desastres para que el público entienda que la ausencia del estatus de Desastre Nacional no es sinónimo de la ausencia de un Estado.
En segundo lugar, el desarrollo de indicadores para determinar el estado de desastre que sean objetivos, transparentes y basados en impactos socioeconómicos y riesgos fiscales, no en la presión de una opinión momentánea.
Los desastres seguirán ocurriendo. Es una inevitabilidad ontológica. Lo que diferencia a los países fuertes de los frágiles es cómo se toman las decisiones estratégicas, con emoción o con conocimiento.
Aquí es donde los desastres, los países y las pruebas de racionalidad política encuentran su significado: que la investigación, el razonamiento académico y el liderazgo basado en evidencia deben ser la base de la futura política pública de Indonesia.
*) El autor es el presidente general de la Asociación de Investigación de Indonesia (PPI) e investigador experto principal de BRIN.

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