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La fortaleza de China no es sólo tecnológica o militar, sino también la estabilidad de los precios de los alimentos. A partir del Programa Canasta de Verduras, el repollo se ha convertido en una fuerza geopolítica.
PinterPolitik.com
En el discurso geopolítico global, el poder de China casi siempre se lee a través de tres lentes amplios: tecnología, manufactura y ejército. Desde la sofisticación de la IA hasta la modernización de las fuerzas armadas, Beijing parece estar construyendo un poder duro con el que es difícil competir. Sin embargo, detrás de todo esto hay un fundamento mucho más silencioso, casi incluso pasado por alto por el público: la estabilidad de los precios de los alimentos, especialmente las verduras y los artículos de primera necesidad.
En las últimas décadas, las fluctuaciones de los precios de los alimentos básicos en China han estado relativamente controladas. Eso no quiere decir que no haya ningún disturbio, pero los picos extremos que podrían desencadenar el pánico público son raros. Este hecho cobra cada vez más relevancia cuando la pandemia de Covid-19 golpea al mundo. Si bien muchos países están experimentando interrupciones en el suministro y aumentos de los precios de los alimentos, China es uno de los países con un nivel relativamente estable de seguridad alimentaria interna.
Curiosamente, hoy en día China también figura como el mayor consumidor de hortalizas del mundo. No por la dependencia de las importaciones, sino por la abundante oferta interna y el acceso mantenido. La pregunta entonces no es sólo sobre la producción, sino más bien: ¿cómo construye este país un sistema que mantenga bajo control los alimentos (algo que es muy sensible desde el punto de vista político)?
La respuesta nos lleva a una política que rara vez se destaca, pero que tiene un impacto estructural: el Programa de Baloncesto Vegetal.
¿La fortaleza del programa de baloncesto vegetal?
El Programa de Canasta de Verduras, o Càilánzi Gōngchéng (菜篮子工程), se lanzó en 1988, un período importante en la historia económica de China. En ese momento, las reformas de mercado de Deng Xiaoping comenzaron a fomentar un rápido crecimiento, pero también dieron lugar a problemas clásicos: inflación de alimentos e incertidumbre en la oferta, especialmente en las grandes ciudades. Las crisis alimentarias recurrentes son una grave alarma política.
Este programa tiene un carácter distintivo: los gobiernos locales (incluso los alcaldes) son directamente responsables del suministro y los precios de los alimentos frescos. No sólo arroz, sino también verduras, carne, huevos, pescado y otras necesidades diarias. El Estado no toma el camino extremo de desactivar los mecanismos del mercado, sino que construye una arquitectura de sistema alimentario: producción cerca de los centros de consumo, desarrollo de la logística de la cadena de frío, mercados mayoristas controlados e incentivos para los agricultores.
El objetivo es claro: los precios de los alimentos no deben ser una fuente de inestabilidad social.
Desde una perspectiva geopolítica, este enfoque explica una cosa importante: la seguridad alimentaria es una fuente de fortaleza del Estado. Nicholas J. Spykman, uno de los pensadores geopolíticos clásicos, llama a la seguridad material interna el nexo del poder. Un país que no logra alimentar a su pueblo, por fuerte que sea su ejército, será frágil desde dentro.
Los precios de las verduras tienen un carácter único. Se consume todos los días, se siente en todas las clases sociales e influye directamente en las emociones del público. Incluso un pequeño aumento puede parecer grande para millones de hogares. Por lo tanto, la estabilidad de los precios de los alimentos funciona como un amortiguador de la volatilidad social. Cuando el estómago está relativamente tranquilo, el país tiene un respiro para centrarse en otras agendas estratégicas: industrialización, tecnología y proyección del poder militar.
Es en este punto que la teoría de la legitimidad del desempeño cobra relevancia. En un sistema político como China, la legitimidad del poder no se origina en elecciones competitivas, sino más bien en el desempeño real del Estado. El Estado se considera legítimo mientras “funcione”: manteniendo la estabilidad, satisfaciendo las necesidades básicas y evitando crisis que el público siente directamente.
Los alimentos baratos y fácilmente disponibles son el indicador más visible del desempeño. No requiere propaganda excesiva; bastante presente en mercados y cocinas domésticas. Cuando el sistema alimentario funciona, la legitimidad funciona silenciosamente.
En realidad, este fenómeno no es nada nuevo. La historia registra a la Antigua Roma con el concepto de pan y circo: subsidios a los cereales para mantener el orden de la ciudad. La élite romana entendió que el descontento rara vez nacía de una ideología abstracta, sino más bien del hambre y el aumento vertiginoso de los precios de los alimentos. Ven que no importa cuán idealista sea un gobierno, su éxito dependerá de cómo mantenga el suministro de alimentos para todos los niveles de la sociedad.
El Programa de Canasta de Verduras puede leerse como una versión avanzada de la misma lógica: gestionar las necesidades biológicas como parte de la estabilidad política. Esta no es una política populista momentánea, sino una estrategia a largo plazo para mantener la estabilidad económica y política.
Seguridad alimentaria al estilo indonesio
Esta lectura se vuelve relevante cuando se la analiza en el contexto de Indonesia. Bajo el liderazgo del Presidente Prabowo Subianto, la cuestión de la seguridad alimentaria ha vuelto a figurar en la agenda estratégica nacional. Desde fomentar la autosuficiencia hasta fortalecer las aldeas a través de programas como la Cooperativa de Aldeas Rojas y Blancas, el país está empezando a centrarse en que la alimentación no sea sólo un sector económico, sino la base de la estabilidad.
El desafío, como muestra la experiencia de China, no es sólo la producción masiva. La alta producción debe estar respaldada por una distribución eficiente para no dar lugar a una paradoja: excedente en un punto, escasez en otro. Lo que se necesita es una arquitectura del sistema alimentario: desde la logística, el almacenamiento, el comercio hasta la burocracia. Afortunadamente, los patrones recientes muestran tendencias bastante positivas, como que la producción de arroz es la más alta en décadas y la sinergia entre los productores y Bulog que ahora está siendo renovada estratégicamente por el Ministro de Agricultura, Amran Sulaiman, quien también es el Jefe de la Agencia Nacional de Alimentos (Bapanas).
Las lecciones del Programa de Baloncesto Vegetal ciertamente no deben copiarse directamente. Indonesia tiene un contexto social, geográfico y político diferente. Sin embargo, el principio básico es relevante: la estabilidad de los precios de los alimentos es una política política, no sólo una política técnica. Funciona como un colchón social así como un indicador del desempeño del país a los ojos de la gente.
Si China es capaz de mantener la estabilidad mediante una gestión alimentaria coherente durante décadas, entonces el desafío de Indonesia en el futuro es adaptar esta lógica al contexto, garantizando que el desarrollo económico nunca esté separado de las necesidades más básicas de los ciudadanos: un estómago lleno.
Al final, el poder de una nación no siempre nace de misiles, chips o cifras de crecimiento. A veces, todo comienza con las cosas más simples: coles en el mercado, precios en la cocina y una sensación de seguridad en la mesa. (D74)



