Aún no hay libertad de agua potable


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Indonesia ha sido independiente durante ocho décadas, pero la independencia en términos de satisfacer necesidades básicas como el agua potable sigue siendo una gran interrogante. Los datos de la Agencia Central de Estadísticas (BPS) para 2023 revelan un hecho sorprendente: el 40% de los indonesios todavía depende de galones de agua o agua potable embotellada (AMDK) para satisfacer sus necesidades diarias de bebida. Este fenómeno no es sólo una elección de los consumidores, sino un reflejo de la ausencia del Estado a la hora de garantizar los derechos básicos de sus ciudadanos. Cuando hay que comprar el acceso al agua potable a un precio que no es barato, surge una pregunta fundamental: ¿somos realmente independientes en materia de agua potable?


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La proporción del consumo de agua potable en Indonesia ilustra una jerarquía desigual de accesibilidad. Según los datos de BPS de 2023, el galón de agua/AMDK domina con un porcentaje del 40,64 %, seguido del agua bombeada/pozos perforados con un 17,07 %, los pozos protegidos con un 15,26 %, el agua de manantial protegida/sin protección con un 12,17 %, el agua del grifo PDAM con solo un 8,92 %, el agua superficial/de río con un 3,53 % y los pozos desprotegidos con un 3,53 %. 2,41%. Estos datos muestran que la mayoría del pueblo indonesio se ve obligado a pagar costos adicionales para obtener agua potable adecuada, mientras que la infraestructura de agua potable que debería ser proporcionada por el estado (en este caso PDAM) solo sirve a menos del 10% de la población.

La dependencia de AMDK no está exenta de consecuencias. Económicamente, los hogares de bajos ingresos deben destinar una parte importante de sus ingresos a la compra de agua potable. Desde el punto de vista ecológico, la industria AMDK absorbe decenas de miles de millones de litros de agua subterránea al año, lo que puede amenazar la sostenibilidad de los recursos hídricos. Socialmente, esta situación crea una injusticia estructural donde el acceso a las necesidades humanas básicas se privatiza y mercantiliza.

De hecho, la Constitución de Indonesia proporciona un mandato claro respecto de la gestión de los recursos naturales, incluida el agua. El párrafo (3) del artículo 33 de la Constitución de 1945 establece claramente: «La tierra y el agua y los recursos naturales contenidos en ellas son controlados por el Estado y utilizados para la mayor prosperidad del pueblo». La frase «controlado por el Estado» no significa propiedad en el sentido civil, sino más bien la autoridad del Estado para regular, gestionar y garantizar que estos recursos se utilicen para el bienestar del pueblo.

El Tribunal Constitucional en diversas sentencias ha confirmado esta interpretación. El concepto de «control estatal» en el artículo 33 incluye cinco funciones: formular políticas (beleid), llevar a cabo la gestión (bestuursdaad), llevar a cabo regulaciones (regelendaad), llevar a cabo la gestión (beheersdaad) y llevar a cabo la supervisión (toezichthoudensdaad). En el contexto del agua potable, el Estado no sólo debe regular, sino también proporcionar activamente infraestructura y servicios adecuados para que todos los ciudadanos puedan acceder a agua potable adecuada sin tener que comprarla al sector privado.

Cuando el 40,64% de los hogares indonesios dependen del galón de agua/AMDK, esto demuestra que el Estado no ha cumplido su mandato constitucional. El agua potable, que debería ser un bien público, se ha transformado en un bien privado. Expertos en derecho constitucional como Jimly Asshiddiqie enfatizan que el Estado tiene la obligación positiva de proporcionar servicios básicos, y el agua potable es uno de los más básicos. El fracaso en este caso no es sólo un problema técnico o administrativo, sino un desprecio por los derechos humanos más fundamentales.

La teoría de la justicia distributiva propuesta por John Rawls también es relevante en este contexto. Rawls argumentó que la desigualdad social y económica sólo puede justificarse si proporciona los mayores beneficios a los miembros más desfavorecidos de la sociedad. En el caso del agua potable en Indonesia, la desigualdad existente en realidad perjudica a los grupos económicamente débiles que tienen que soportar costos más altos proporcionales a sus ingresos para acceder al agua potable.

Lecciones de los países desarrollados

A diferencia de Indonesia, varios países desarrollados han logrado hacer del agua del grifo el estándar de oro para el agua potable. A menudo se hace referencia a Suiza como el país con la mejor agua del grifo del mundo, cuya calidad es incluso igual o mejor que la del agua embotellada. El sistema suizo de gestión del agua combina una estricta protección de las fuentes de agua, tecnología de purificación avanzada y control de calidad continuo. Los ciudadanos suizos pueden beber directamente del grifo de casa, de la oficina e incluso de fuentes públicas en las calles de la ciudad.

Alemania tiene normas muy estrictas en cuanto a la calidad del agua potable, con estándares incluso más altos que los del agua embotellada. Los modernos sistemas de filtración y un control periódico garantizan que cada gota de agua que sale del grifo cumpla con estrictos estándares de salud. En Japón se implementan en todo el país sistemas de filtración altamente sofisticados, con tecnología capaz de detectar y eliminar contaminantes a escala microscópica.

Singapur es un ejemplo interesante en el sudeste asiático como el único país que oficialmente tiene agua del grifo segura y apta para beber directamente. A pesar de enfrentar recursos hídricos naturales limitados, Singapur aborda estos desafíos a través de cuatro “grifos nacionales”: agua de embalses locales, agua importada, agua reciclada (NEWater) y desalinización de agua de mar. Grandes inversiones en infraestructura y tecnología han permitido a Singapur alcanzar la soberanía hídrica a pesar de sus condiciones geográficas desfavorables.

Según David Hall, investigador de la Unidad de Investigación Internacional de Servicios Públicos (PSIRU), el éxito de estos países no se debe únicamente a la riqueza económica, sino más bien a un fuerte compromiso político para proporcionar agua como servicio público. Hall sostiene que la privatización del agua tiende a aumentar los costos y reducir el acceso, especialmente para los grupos marginados. En cambio, la gestión del agua por parte de entidades públicas bien supervisadas tiende a ser más eficiente, justa y sostenible.

Karen Bakker, geógrafa de la Universidad de Columbia Británica, en su libro “Privatizing Water” analiza cómo la privatización del agua en varios países a menudo no cumple las promesas de mejores servicios y eficiencia. Bakker descubrió que los modelos descentralizados pero bien coordinados de gestión pública del agua (como en Alemania) tenían más éxito a la hora de garantizar el acceso universal y una alta calidad.

Justicia del agua: hacia la soberanía hídrica de Indonesia

El concepto de justicia hídrica está adquiriendo cada vez más relevancia en los debates globales sobre el derecho al agua. Este principio enfatiza que todas las personas, independientemente de su situación económica o ubicación geográfica, tienen derecho a un acceso justo al agua limpia y segura. Estrechamente relacionado con esto está el concepto de soberanía hídrica: la capacidad de un país para gestionar sus recursos hídricos de forma independiente en beneficio de su pueblo, no para el beneficio empresarial.

Erik Swyngedouw, profesor de geografía en la Universidad de Manchester, desarrolló el concepto de “ecología política del agua”, que analiza cómo las relaciones de poder dan forma al acceso al agua. Swyngedouw sostiene que las crisis del agua a menudo no son una cuestión de escasez física, sino más bien el resultado de una distribución injusta y prioridades políticas equivocadas. En el contexto de Indonesia, la dependencia de AMDK refleja cómo los mecanismos del mercado han distorsionado el acceso a las necesidades básicas.

La situación actual de Indonesia muestra tres problemas fundamentales que obstaculizan el logro de la soberanía hídrica. En primer lugar, existe una falta de claridad en cuanto a las normas relativas al agua potable, tanto en lo que respecta a PDAM, como a pozos perforados y otras fuentes de agua. Las regulaciones existentes a menudo se superponen, no están sincronizadas entre los gobiernos central y regional y su implementación es débil. Esta incertidumbre regulatoria crea espacio para la explotación de los recursos hídricos sin una supervisión adecuada.

En segundo lugar, la cada vez más fuerte industria del agua embotellada y de galones ha resultado en la privatización de facto del agua potable. Varias marcas de AMDK, ambas propiedad de corporaciones multinacionales y locales, dominan el mercado y forman la percepción pública de que el agua del grifo no es apta para beber. Las campañas de marketing masivas refuerzan esta dependencia, creando un ciclo de consumo que beneficia a las corporaciones pero es una carga para la sociedad.

En tercer lugar, y lo más preocupante, está la explotación insostenible de las aguas subterráneas. Varias fuentes afirman que la industria AMDK absorbe decenas de miles de millones de litros de agua subterránea al año. Sin una gestión adecuada, esto puede provocar niveles más bajos de agua subterránea, intrusión de agua de mar en las zonas costeras y daños a los ecosistemas. Maude Barlow, activista internacional del agua y autora de “Blue Covenant”, advierte que la privatización y la sobreexplotación del agua son amenazas a la sostenibilidad de los recursos hídricos globales.

El camino hacia la soberanía hídrica de Indonesia requiere una transformación sistémica. En primer lugar, se necesita revitalizar el PDAM con grandes inversiones en infraestructura, tecnología y recursos humanos. Los PDAM deben pasar de ser entidades que a menudo pierden dinero a ser proveedores de servicios públicos eficientes y confiables. En segundo lugar, se deben armonizar y fortalecer las regulaciones sobre la gestión del agua, con una estricta supervisión de la explotación de los recursos hídricos. En tercer lugar, es necesario realizar una campaña pública masiva para cambiar las percepciones sobre el agua del grifo y fomentar el consumo sostenible.

La experiencia de países como Uruguay, que mediante un referéndum en 2004 enmendó su constitución para prohibir la privatización del agua, muestra que el cambio es posible cuando existe una fuerte voluntad política y movilización de la sociedad civil. Indonesia, con sus abundantes recursos hídricos y su claro mandato constitucional, debería poder garantizar el derecho de todos los ciudadanos a un agua potable adecuada.

La verdadera independencia no sólo se mide por la soberanía política, sino también por la capacidad del Estado para garantizar la satisfacción de las necesidades básicas de sus ciudadanos. Mientras casi la mitad de los indonesios todavía tenga que comprar agua potable a precios caros, mientras el agua siga siendo un bien cuestionado por la lógica del mercado, no seremos verdaderamente independientes en materia de agua potable.

Es hora de que Indonesia cumpla su mandato constitucional y garantice que cada gota de agua que fluye en este país se utilice verdaderamente para la mayor prosperidad del pueblo, no para las ganancias de unas pocas corporaciones. Es interesante esperar la secuela. (T13)



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