¿La Caja de Pandora del Jefe Regional? – PinterPolitik.com


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Los casos de corrupción en las regiones a menudo escapan a la atención pública, aunque el impacto lo siente directamente la comunidad. Reglamentos como el Permendagri n.º 77/2020 vuelven a estar en el centro de atención porque se considera que abren brechas en la débil supervisión presupuestaria regional.


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Cuando el público habla de corrupción, lo que generalmente imagina es un gran escándalo en un ministerio estratégico o una empresa estatal con una facturación de billones de rupias. De hecho, detrás de las frenéticas noticias nacionales, hay otra capa del problema de la corrupción que no es menos grave: la corrupción a nivel regional.

En realidad, este fenómeno no es nada nuevo. Sin embargo, los últimos datos muestran cuán preocupante es la magnitud del problema. Según el informe de Indonesia Corruption Watch (ICW), a lo largo de 2024 el sector de las aldeas contribuirá con la mayor cantidad de casos de corrupción, seguido por los sectores de educación e infraestructura. Mientras tanto, la Comisión para la Erradicación de la Corrupción (KPK) señaló que sólo en el período comprendido entre 2024 y mediados de 2025 había atrapado a 201 jefes regionales y 363 legisladores regionales en casos de corrupción.

Estos datos ilustran dos cosas importantes. Primero, que el sistema de gobernanza a nivel regional todavía tiene grandes brechas en el riesgo de irregularidades. En segundo lugar, que la atención pública y la aplicación de la ley todavía no son proporcionales: demasiado enfoque en el centro del gobierno, pero no suficiente atención a las prácticas corruptas en las regiones. La corrupción regional, en todas sus formas, es en realidad una amenaza real a la eficacia de la autonomía y la confianza pública en el gobierno local.

Irónicamente, la autonomía regional, cuyo objetivo original era fortalecer la independencia y la capacidad de respuesta de los gobiernos locales, se ha convertido en muchos casos en un espacio más flexible para el abuso de poder. Esta situación exige no sólo acciones legales firmes, sino también mejoras sistémicas, desde regulaciones, supervisión hasta transparencia presupuestaria.

¿Supervisión de fortalecimiento de emergencia?

Normativamente, el sistema de supervisión regional tiene en realidad muchos niveles. Existe una Inspección Regional como supervisor interno, una Agencia de Auditoría Financiera (BPK) representativa regional como auditor externo y un DPRD que desempeña la función de supervisión política de la política presupuestaria. Sin embargo, en la práctica, la superposición de autoridad y la escasa independencia hacen que este mecanismo sea ineficaz.

Las inspecciones regionales, por ejemplo, suelen estar bajo el control directo de los jefes regionales. Esto crea una relación subordinada que es propensa a conflictos de intereses. En algunos casos, la inspección se convierte en realidad en una herramienta de legitimación, no en una herramienta de control. Cuando el control interno se convierte en una extensión del poder, la corrupción potencial se vuelve cada vez más difícil de detectar.

Problemas similares también ocurren con las instituciones de auditoría externa. Varios auditores de BPK incluso han estado involucrados en casos de compra y venta de opiniones no calificadas (WTP) con los gobiernos locales. Este fenómeno muestra que la integridad de las instituciones supervisoras no está plenamente garantizada. Como resultado, la función de control y equilibrio que debería fortalecer la transparencia presupuestaria en realidad se ve debilitada.

Además de las debilidades institucionales, también hay cuestiones regulatorias que a menudo están en el centro de atención, a saber, el Reglamento Número 77 de 2020 del Ministro del Interior sobre Directrices Técnicas para la Gestión Financiera Regional. Este reglamento, que fue redactado en medio de la situación de emergencia de la pandemia de Covid-19, brinda flexibilidad a los jefes regionales para cambiar el presupuesto antes de cambios en el APBD sin tener que esperar la aprobación del DPRD, simplemente notificando al cuerpo legislativo.

Técnicamente, esta disposición se hizo para que los gobiernos locales puedan responder rápidamente a condiciones extraordinarias, como desastres, pandemias o cambios en las prioridades de desarrollo nacional. Sin embargo, la frase “determinadas condiciones” del reglamento tiene una interpretación vaga. En muchas regiones, se considera que esta brecha brinda espacio para que los jefes regionales cambien los presupuestos sin mecanismos de control estrictos.

Varios casos que han surgido recientemente muestran cómo esta flexibilidad puede potencialmente ser abusada. Los cambios presupuestarios demasiado frecuentes sin una explicación detallada al público o al DPRD pueden generar sospechas sobre la integridad del proceso presupuestario en sí. Mientras tanto, el proceso de auditoría posterior al presupuesto a menudo sólo se lleva a cabo después de que salen a la luz acusaciones de irregularidades, demasiado tarde para evitar pérdidas estatales.

Desde una perspectiva política, esta situación muestra la paradoja de la autonomía regional en Indonesia. Por un lado, el gobierno central brinda libertad fiscal para que las regiones sean más adaptables y eficientes. Sin embargo, por otro lado, esta libertad no se ha equilibrado con un sistema adecuado de seguimiento y transparencia. Como resultado, la autonomía a menudo se convierte en demasiado espacio para el poder sin control.

Es hora de revisar, no sólo de evaluar

El Reglamento Número 77 del Ministro del Interior de 2020 es un claro ejemplo de cómo las normas nacidas de situaciones de crisis pueden convertirse en una nueva «caja de Pandora» fuera de tiempos de emergencia. Lo que alguna vez se consideró necesario para acelerar el manejo de la pandemia ahora está dando lugar a debates sobre transparencia y rendición de cuentas. En este contexto, la revisión de estas regulaciones parece ser un paso no sólo relevante, sino también urgente.

Esta revisión no pretende simplemente limitar el alcance de los jefes regionales, sino más bien reafirmar el principio de controles y equilibrios en la gobernanza financiera regional. Los cambios presupuestarios aún deberían ser posibles en situaciones de emergencia, pero con limitaciones claras: debe haber una definición estricta de lo que se entiende por «ciertas condiciones», un mecanismo para una aprobación rápida por parte del DPRD, así como informes digitales a los que pueda acceder el público.

Además de mejorar las regulaciones, también es clave fortalecer la integridad de las instituciones supervisoras. Es necesario reformar las inspecciones regionales para que tengan una posición más independiente e incluso puedan ser supervisadas directamente por instituciones externas como BPKP o Kemenpan RB. Lo mismo ocurre con el DPRD, que no sólo debería ser un socio político del jefe regional, sino también desempeñar la función de seguimiento y representación del público.

La transparencia digital también merece ser una prioridad. En una era en la que la información pública es cada vez más abierta, cada cambio y uso del presupuesto debería poder rastrearse en tiempo real a través de un portal abierto al que los ciudadanos puedan acceder fácilmente. De esa manera, la comunidad puede convertirse en supervisores adicionales, creando un sistema de rendición de cuentas más participativo.

La corrupción regional no es sólo una cuestión moral o individual, sino una cuestión sistémica que involucra el diseño de políticas y la cultura burocrática. Si las reglas son demasiado flexibles y la supervisión es débil, entonces la corrupción siempre encontrará su propio camino. Por lo tanto, fortalecer las regulaciones y la supervisión no solo sirve para suprimir posibles irregularidades, sino también para restaurar el verdadero significado de la autonomía regional: el bienestar comunitario a través de una gobernanza limpia y transparente.

Al final, la corrupción en las regiones muestra que los grandes agujeros a menudo surgen de pequeñas brechas. Permendagri 77/2020 es sólo una de las muchas lagunas que es necesario solucionar. Si la APH, el DPRD y la sociedad civil pertinentes pueden desempeñar un papel conjunto, entonces la autonomía regional ya no será un área gris de poder, sino que se convertirá verdaderamente en un pilar de la descentralización con integridad. (D74)



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