¿La firma fantasma de Zulkifli Hasan?


La defensa de Zulkifli Hasan sobre la liberación de 1,6 millones de hectáreas de superficie forestal abrió el oscuro velo de las relaciones de poder entre burócratas y oligarcas. ¿Se trata simplemente de un juego de culpas o de una admisión honesta de un fallo sistémico?


PinterPolitik.com

en la pelicula el padrino (1972), hay una escena icónica en la que Don Corleone dice: «Le haré una oferta que no podrá rechazar». Esta frase legendaria ilustra cómo funciona el verdadero poder: no a través de una violencia abierta, sino a través de una influencia invisible pero innegable.

Cuando Zulkifli Hasan, ex Ministro de Bosques durante el período 2009-2014, argumentó que no podía «luchar» contra el respaldo de los empresarios del aceite de palma en el podcast de Denny Sumargo, la pregunta que surgió fue: ¿quién es en realidad «Don Corleone» en la narrativa de la liberación de 1,6 millones de hectáreas de área forestal en Indonesia?

La defensa de Zulhas, que ahora se desempeña como Ministro Coordinador de Alimentación, desató un debate público que fue más allá de la responsabilidad personal. Esta es una ventana a cómo funciona realmente la arquitectura del poder en Indonesia y a por qué las políticas públicas a menudo se vuelven rehenes de los intereses de una pequeña élite económica.

Defensas que revelan debilidades sistémicas

El Dr. Hadi Daryanto, secretario general del Ministerio de Bosques para el período 2010-2015, compareció en defensa de su superior. Según él, la liberación de 1,6 millones de hectáreas de superficie forestal no fue la concesión de un nuevo permiso de concesión de aceite de palma, sino más bien un paso administrativo para armonizar la planificación espacial.

«El principal objetivo de la emisión del decreto es proporcionar seguridad jurídica», dijo Daryanto, refiriéndose a la tierra que de facto ha cambiado su función a residencial o de plantación, pero de jure todavía está registrada como área forestal.

Este argumento tecnocrático parece razonable. De hecho, Indonesia se enfrenta a un problema clásico: mapas antiguos que no reflejan la realidad sobre el terreno. Sin embargo, esta defensa ignora una pregunta fundamental: si la liberación del área forestal es simplemente una «legalización» de las condiciones existentes, ¿por qué el propio Zulhas admite que «no puede resistir» la presión de los empresarios del aceite de palma? En realidad, esta declaración confirma que la liberación de áreas forestales no es sólo una cuestión administrativa, sino más bien el resultado de negociaciones de poder desiguales.

«En ese momento, no podía tomar medidas contra (la conversión de bosques a aceite de palma) porque estábamos en la era del superávit democrático», dijo Zulhas. La frase “superávit de democracia” es problemática. La democracia, en la teoría schumpeteriana, es la competencia de las élites para ganar los votos del pueblo. Sin embargo, cuando la élite burocrática admite que «no puede luchar» contra la élite económica, lo que ocurre no es un superávit democrático, sino un déficit de rendición de cuentas.

Captura regulatoria: cuando los reguladores son rehenes

El fenómeno vivido por Zulhas no es una anomalía. En la literatura de economía política, esto se llama “captura regulatoria”, una teoría desarrollada por el economista George Stigler, ganador del Premio Nobel de Economía en 1982. Stigler argumentó que las industrias reguladas a menudo logran “capturar” al regulador, de modo que la política pública sirve a los intereses de la industria más que al interés público.

El caso de Indonesia es un estudio de caso perfecto. El sector del aceite de palma, que representa 28 mil millones de dólares en exportaciones anuales, tiene un enorme poder político y económico. Los empresarios del aceite de palma no son sólo actores económicos, sino también patrocinadores políticos que financian campañas, controlan los medios y tienen acceso directo a los círculos de poder. En este contexto, Zulhas –por muy ministro que sea– es sólo un nodo en una red de poder más amplia.

Lo preocupante es que la captura regulatoria en Indonesia no ocurre sólo en el sector forestal. Desde la minería hasta la infraestructura, se repite el mismo patrón: las políticas públicas que deberían proteger los intereses de la gente en realidad legitiman la extracción de recursos por parte de las elites económicas.

¿Cómo enfrentan otros países dilemas similares? Brasil, que tiene 550 millones de hectáreas de bosque amazónico, experimentó una deforestación masiva en los años 1990 y principios de los 2000. Sin embargo, en 2004, el gobierno brasileño lanzó el Plan de Acción para la Prevención y Control de la Deforestación en la Amazonía Legal (PPCDAm). Como resultado, la deforestación cayó un 80% en 2012 en comparación con 2004.

La clave del éxito de Brasil es una combinación de firme aplicación de la ley, tecnología de monitoreo satelital en tiempo real y, lo más importante, voluntad política. Cuando el presidente Lula da Silva llegó al poder, se atrevió a adoptar políticas impopulares a los ojos de la agroindustria para proteger la Amazonia. No hay excusa para el “superávit de democracia” o el “no poder luchar contra los empresarios”.

Noruega, a través de la Iniciativa Internacional sobre Clima y Bosques (NICFI), incluso paga a países tropicales para que reduzcan la deforestación. Brasil recibió mil millones de dólares de Noruega como recompensa por reducir la deforestación. La propia Indonesia es socio de NICFI, pero su implementación dista mucho de ser efectiva.

A diferencia del caso Zulhas, en Brasil, cuando se sospechaba que el ministro de Medio Ambiente, Ricardo Salles, protegía la tala ilegal en 2021, se vio obligado a dimitir por la presión pública y una investigación federal. No hay lugar para la excusa de «no puedo luchar». La rendición de cuentas es el precio que debe pagar cualquiera que ostente el poder público.

El imperdonable pecado ecológico

La liberación de 1,6 millones de hectáreas de superficie forestal no es sólo una cifra estadística. Se trata de un crimen generacional con consecuencias ecológicas irreversibles. Los bosques tropicales de Indonesia son los pulmones del mundo y absorben 0,8 gigatoneladas de carbono al año. Cuando los bosques se convierten en plantaciones de palma aceitera, el carbono almacenado durante siglos se libera a la atmósfera, lo que acelera la crisis climática.

Los datos del Instituto de Recursos Mundiales (2023) muestran que Indonesia perderá 204.000 hectáreas de bosque primario solo en 2022, lo que equivale a las emisiones de CO2 de 43 millones de automóviles en funcionamiento durante un año. Las inundaciones repentinas en Kalimantan, la neblina de humo en Riau y los deslizamientos de tierra en Sumatra son las caras concretas de políticas que ignoran la función ecológica de los bosques.

Aún más trágico es el hecho de que las mayores víctimas son las comunidades indígenas y los pequeños agricultores cuyo sustento depende de los bosques. Los conflictos agrarios se intensificaron marcadamente cuando se reivindicaron tierras consuetudinarias como concesión de aceite de palma. Los datos del Consorcio de Reforma Agraria (KPA) registraron 212 conflictos agrarios en 2023, la mayoría relacionados con las plantaciones de palma aceitera y la silvicultura.

Volviendo a la pregunta original: ¿la declaración de Zulhas es un juego de culpas o una confesión honesta? La respuesta: ambos. Se trata de un juego de culpas porque Zulhas, como ministro, tiene el mandato constitucional de adoptar políticas de interés público. UU núm. 41/1999 sobre Silvicultura otorga gran autoridad al ministro para proteger las áreas forestales. Si siente que hay una presión irrazonable por parte de los empresarios del aceite de palma, puede (y debe) negarse.

Pero esto también es una admisión honesta sobre cómo funciona realmente el poder en Indonesia. Zulhas no es un monstruo que destruye deliberadamente el bosque. Es parte de un sistema que permite, e incluso fomenta, la captura regulatoria. En este sistema, los ministros “que no cooperan” pueden ser reemplazados, los fondos de campaña pueden recortarse y las carreras políticas pueden terminar.

Este es el momento de la AHA que debemos captar: el problema no es sólo el individuo Zulkifli Hasan, sino también la arquitectura del poder que hace que un ministro se sienta impotente frente a la oligarquía. La reforma necesaria no es sólo cambiar de ministros, sino más bien una transformación estructural en la gobernanza de los recursos naturales.

El camino a seguir: de la impunidad a la rendición de cuentas

Indonesia necesita algo más que promesas. En primer lugar, se debe abrir al público la total transparencia en los permisos de concesión de bosques y aceite de palma. En segundo lugar, se debe fortalecer el mecanismo de revisión judicial de las políticas de liberación de áreas forestales. En tercer lugar, y más importante, la aplicación indiscriminada de la ley contra cualquier persona (empresarios o funcionarios) que viole la Ley Forestal.

Brasil ha demostrado que la voluntad política puede derrotar los intereses oligárquicos. Noruega demuestra que los incentivos económicos pueden salvar los bosques. Indonesia tiene todos los recursos (tecnología, fondos y talento) para hacer lo mismo. Lo que falta es coraje.

Como dijo John Muir, el padre del movimiento conservacionista estadounidense: «En cada paseo con la naturaleza, uno recibe mucho más de lo que busca. El camino más claro hacia el Universo es a través de un bosque desierto». Los bosques no son sólo un bien comercializable, sino un patrimonio que debemos proteger para las generaciones futuras.

La cuestión ya no es quién tiene la culpa, sino si nosotros, como nación, tenemos el coraje de exigir rendición de cuentas y realizar cambios sistémicos. Porque si un ministro puede argumentar que «no puede luchar», ¿quién protegerá nuestros bosques? O mejor dicho, ¿quién protegerá nuestro futuro? (T13)



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