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Las inundaciones en Sumatra no sólo pusieron a prueba la capacidad del estado, sino también la madurez del público. Si bien el trabajo gubernamental es complejo y silencioso, las narrativas virales en realidad lo simplifican todo. Teddy-Maruli se encuentra en medio de la batalla entre la crítica democrática y la demonización del desastre.
Las inundaciones masivas que azotaron varias zonas de Sumatra han revelado una vez más una realidad clásica en la política de desastres de Indonesia: los desastres naturales casi siempre van seguidos de desastres narrativos.
Si bien las aguas aún no han bajado del todo, el espacio público –especialmente las redes sociales– ya se ha llenado de veredictos: el gobierno está ausente, el Estado está ausente y el aparato es sólo un mero símbolo. Es en este contexto que las declaraciones del Secretario del Gabinete, Teddy Indra Wijaya, y del Jefe del Estado Mayor del Ejército, General del TNI Maruli Simanjuntak, se vuelven relevantes y problemáticas.
Teddy Indra Wijaya enfatizó la importancia de la cooperación, la solidaridad y la energía positiva en el manejo de desastres. Maruli Simanjuntak destacó que los soldados del TNI AD trabajaron día y noche en el campo.
Estos dos mensajes son básicamente simples: el país está funcionando. Sin embargo, en un espacio público digital caracterizado por la lógica de la viralidad, este tipo de mensajes en realidad se enfrentan a una gran corriente de demonización, una construcción narrativa que simplifica realidades complejas en una sola acusación: el gobierno no está funcionando.
Esta demonización no nació de un solo actor. Es el resultado de la interacción —o al menos la coexistencia— entre tres fuerzas. PrimeroEntidades políticas y empresariales que ven el desastre como una oportunidad. enmarcado por intereses electorales o político-económicos.
Segundopersonas influyentes que operan en la economía de la atención, donde la empatía a menudo es superada por el potencial gustos, vistasY compromiso. Tercero, periodismo ciudadano que, si bien parte de intenciones participativas, muchas veces pierde la disciplina de verificación y contexto.
En la teoría sociológica del desastre, esta situación se conoce como segundo desastre: daño social y psicológico que surge no de la naturaleza, sino de la forma en que algunas personas interpretan y discuten los desastres.
En el caso de Sumatra, las inundaciones no son sólo una cuestión hidrológica, sino también una cuestión epistémica: cómo el público conoce, evalúa y juzga el trabajo del Estado.
Simplificación del país, la viralidad y la “violencia”
El principal problema de la demonización del desastre no es la crítica en sí. La crítica es una parte legítima de la democracia. El problema surge cuando la crítica se convierte en deslegitimación, cuando el trabajo inherentemente complejo del Estado se reduce a imágenes visuales sin contexto.
La gestión de desastres implica la coordinación entre ministerios, gobiernos regionales, fuerzas de seguridad, voluntarios, logística y diplomacia de ayuda. Este proceso es gradual, no instantáneo y, a menudo, no fotogénico.
De aquí surge la relevancia de los pensamientos de Paul Virilio sobre la dromología, la ciencia de la velocidad. En una sociedad acelerada, la verdad suele estar determinada por quién habla más rápido, no por quién hace mejor el trabajo.
Los países casi siempre pierden rápidamente frente a las personas influyentes. No porque el Estado tarde en trabajar, sino porque el trabajo burocrático y las operaciones de campo no pueden reducirse a 30 segundos de contenido.
Jean Baudrillard aporta una capa adicional de análisis a través de conceptos imágenes. En los espacios digitales, las representaciones suelen ser más creíbles que la realidad misma.
Los videos de inundaciones sin contexto pueden parecer más reales que los informes oficiales de una página. Como resultado, el Estado no es juzgado por su capacidad real, sino por su desempeño en línea de tiempo.
En este contexto, la declaración de Teddy Indra Wijaya que advierte contra la opinión de que el gobierno no está funcionando puede leerse en realidad como un esfuerzo para luchar contra la «violencia» simplista.
Esta “violencia” no es física, sino simbólica: borra la complejidad, ignora los procesos y elimina el trabajo silencioso de los agentes sobre el terreno.
Sin embargo, las críticas también deben dirigirse hacia adentro. El estilo del lenguaje y la impresión de la comunicación gubernamental son a menudo defensivos y normativos.
A los ojos de Hannah Arendt, el problema no es la intención maliciosa, sino más bien la banalidad: la insensibilidad ante cómo se reciben los mensajes en un espacio público emocional.
Cuando el lenguaje estatal suena como una queja, se corre el riesgo de que se lea como “bastardo” en lugar de como una autoridad tranquila.
Engañosla política del desastre
La lucha entre Teddy-Maruli y la demonización del desastre de Sumatra no es en realidad un conflicto personal, sino más bien un conflicto de paradigmas.
Por un lado, existe un paradigma de trabajo estatal que se apoya en los procedimientos, la coordinación y la rendición de cuentas. Por otro lado, existe un paradigma viral que se basa en la emoción, la velocidad y la visibilidad.
La solución no es silenciar las críticas ni antagonizar el periodismo ciudadano. Más bien, lo que se necesita es una nueva ética pública en la política de desastres. Esta ética exige una doble madurez.
De la sociedad, exige paciencia epistémica: voluntad de suspender el juicio, examinar el contexto y distinguir entre crítica y deslegitimación. Del Estado exige sofisticación en la comunicación: un lenguaje que sea empático sin estar a la defensiva, firme sin ser condescendiente.
El país no debe ser anticrítico, pero tampoco debe dejarse juzgar únicamente por su viralidad. El gobierno necesita aprender a traducir la complejidad del trabajo en una narrativa humana, no sólo administrativa. Por otro lado, el público debe darse cuenta de que no todo lo que no se vuelve viral significa que no funciona.
A largo plazo, la demonización de los desastres en realidad perjudica a todas las partes. Socava la confianza pública, erosiona la legitimidad institucional y crea agotamiento colectivo.
Si cada desastre se trata siempre como evidencia del fracaso total del Estado, entonces el espacio para mejoras sustanciales en realidad se reduce.
Teddy Indra Wijaya y Maruli Simanjuntak, con todas las limitaciones de su estilo de comunicación, representan un mensaje importante: el Estado está presente.
El desafío es cómo se comunica esa presencia sin caer en la lógica de la autodefensa, y cómo la crítica pública puede mantenerse aguda sin convertirse en demonización.
Al final, las inundaciones en Sumatra enseñaron una lección fundamental: en los desastres, la empatía sin razonamiento puede ser un problema, y la crítica sin contexto puede ser un desastre secundario. Una política de desastres saludable requiere más que cámaras y conexiones a Internet: requiere madurez colectiva para ver los países, las personas y las limitaciones que acompañan a ambos. (J61)



