¿Es suficiente el dominio marítimo de China para influir en una potencia estadounidense que ya controla los cielos y la órbita?
PinterPolitik.com
En la última década, el ascenso marítimo de China se ha convertido en uno de los fenómenos geopolíticos más destacados. La flota de la Armada del Ejército Popular de Liberación (EPL) es ahora la mayor del mundo en cantidad, superando el número de buques de guerra de los Estados Unidos.
Varios informes de los principales medios de comunicación, incluido The New York Times, han posicionado esta expansión como una amenaza potencialmente grave a la posición de Estados Unidos en el Indo-Pacífico, incluso a su hegemonía global.
Sin embargo, ¿un gran poder marítimo significa automáticamente un cambio en el poder global? ¿Es suficiente el dominio en el mar para sacudir a un país que ya controla los cielos y la órbita?
Esta cuestión ha cobrado cada vez más relevancia en medio del regreso de Donald Trump a la escena política estadounidense y la consolidación del poder de Xi Jinping en China. Ambos son a menudo representados como símbolos de una nueva era de competencia entre superpotencias.
En la analogía de la mitología griega, esta rivalidad se asemeja a un duelo entre Poseidón, gobernante del mar, y Zeus, gobernante del cielo. Ambos son dioses. Pero en la mitología, Zeus siempre es visto en un nivel superior, no sólo por su poder, sino por el dominio que gobierna.
Esta analogía es importante, porque la competencia entre Estados Unidos y China hoy ya no se trata sólo de quién tiene más activos militares, sino de quién controla el dominio que más determina la estructura de poder global.
Las guerras de dominio
Empíricamente, el ascenso marítimo de China es difícil de negar. Con más de 370 a 400 buques de guerra activos, Beijing ha establecido una ventaja cuantitativa significativa en la región de Asia Oriental. Esta estrategia está en línea con sus intereses geográficos y políticos: asegurar el Mar de China Meridional, el Estrecho de Taiwán, así como las rutas logísticas regionales que son vitales para la economía nacional.
Sin embargo, estas ventajas son regionales y específicas de cada dominio. Cuando el foco se expandió al aire y el espacio, el panorama energético cambió drásticamente. Estados Unidos opera actualmente más de 9.500 satélites activos, casi el doble que China. Este dominio no es sólo una estadística; forma la base de los sistemas de navegación global (GPS), las comunicaciones militares, el reconocimiento y el control de armas de precisión. En el ámbito aéreo, Estados Unidos tiene aproximadamente 14.000 aviones militares, incluidos aviones de combate de quinta generación, aviones de reconocimiento estratégico y una flota de transporte global que permite la proyección de poder transcontinental.
Esta distinción nos lleva a un punto importante: no todos los ámbitos tienen el mismo peso estratégico. En la guerra moderna, la fuerza no está determinada simplemente por quién es el más fuerte en un campo de batalla, sino por quién controla la capa de mando sobre todos los terrenos.
Aquí es donde la teoría del “dominio de los comunes” de Barry Posen cobra relevancia. Posen sostiene que un país que sea capaz de controlar los bienes comunes globales (el aire, alta mar y el espacio) tendrá una ventaja estructural difícil de igualar. Este dominio permite al país observar, moverse y atacar más rápidamente que sus competidores. En este contexto, el A2/AD de China en el Mar de China Meridional puede leerse más bien como un reconocimiento implícito del dominio estadounidense en los bienes comunes globales: Beijing busca limitar, no competir directamente.
Este enfoque está en línea con el pensamiento de Zbigniew Brzezinski, quien afirma que la hegemonía moderna no está determinada por el control territorial clásico, sino más bien por el control de los “pivotes geoestratégicos”: infraestructura y dominios que determinan la dirección futura del sistema internacional. En el siglo XXI, estos pivotes ya no son los puertos o los estrechos, sino las órbitas de los satélites, las redes de comunicaciones, la tecnología digital y los sistemas de información globales.
En este punto, el concepto de «poder estructural» de Joseph Nye se convierte en un refuerzo. Nye enfatizó que el poder último es la capacidad de determinar el marco dentro del cual operan otros países. Estados Unidos, a través de su dominio aéreo y espacial, controla efectivamente la infraestructura utilizada por casi todo el mundo, desde la navegación aérea hasta las transacciones financieras y las comunicaciones estratégicas. Puede que China tenga ventaja en el mar, pero aún opera dentro de un sistema dictado en gran medida por Estados Unidos.
La historia también fortalece este argumento. El Imperio Romano alcanzó la cima de su gloria no sólo por las legiones terrestres, sino también por el control de la ruta del mar Mediterráneo, la nueva frontera en ese momento. Siglos más tarde, Estados Unidos emergió como una potencia inigualable después de la Segunda Guerra Mundial porque fue el pionero y maestro de la tecnología aérea. La superioridad aérea permitió a Estados Unidos ganar la guerra a costos relativamente menores y con un alcance mucho mayor.
El patrón es consistente: el país que está un paso por delante en el dominio de la nueva frontera casi siempre determina el orden político global. En el contexto actual, la frontera es el cielo y el espacio, no sólo el océano.
Zeus, Poseidón y la jerarquía del poder
Observar la rivalidad entre Estados Unidos y China a través de la analogía entre Poseidón y Zeus nos ayuda a comprender una cosa crucial: ambos son gobernantes, pero no al mismo nivel jerárquico. China, como Poseidón, ha construido una potencia marítima impresionante y se está convirtiendo en una potencia hegemónica regional cada vez más segura. Sin embargo, este poder sigue ligado a un espacio geográfico concreto.
Estados Unidos, como Zeus, controla los dominios superiores (los cielos y la órbita), lo que le da la capacidad de influir en casi todos los demás dominios simultáneamente. La dominación aérea y espacial no se trata sólo de armas, sino también del control de la información, la velocidad y la estructura del sistema internacional. Ésta es la razón por la que, aunque China controla el mar, la hegemonía estadounidense permanece relativamente intacta.
Al final, este duelo no se trata de quién es absolutamente más fuerte, sino de quién controla el futuro del campo de conflicto. Mientras los cielos y el espacio sigan siendo el dominio principal del poder global, Zeus seguirá estando en el Olimpo. Poseidón podría sacudir los mares, pero por ahora, no pudo sacudir el orden mundial en general.
Y ahí radica la ironía de la geopolítica contemporánea: las mayores potencias de hoy no son las más ruidosas al nivel del mar, sino más bien las más silenciosas: orbitan muy por encima de nuestras cabezas. (D74)



